domingo, 21 de febrero de 2010

La herida del oso pardo


Mi amigo Miguel Luis ha publicado un nuevo libro, y en breve llegará otro, que el trabajo siempre da frutos. Se trata de una novela adecuada para lectores de 10 años en adelante, de la colección La mochila de Astor, ed. Palabra. Os la recomiendo, sobre todo por las aventuras y lo bien que escribe, que lo hace de maravillas. Un oso pardo será el protagonista, sin duda. El ambiente también de lo mejor.

Os dejo la reseña de la página web de la editorial:

¿Por qué anda suelto un oso en el bosque de Lupama? ¿Por qué está herido? Ese el misterio que Pablo y su amiga Sandra han de resolver con valentía y decisión.
¿Por qué anda suelto un oso en el bosque de Lupama? ¿Por qué está herido? ¿Quién lo persigue? Ese es el misterio que Pablo, junto a su amiga Sandra, intentarán resolver con valentía. Pero no hay mucho tiempo. La vida del oso (y quizá la suerte de toda la montaña) se encuentra en peligro. ¿Lo conseguirán?

En el fondo de la historia, un apasionante relato de aventuras, late la lucha entre Naturaleza y Progreso.

Miguel Luis Sancho nació en Madrid. Licenciado en Filología Hispánica, imparte clases de Lengua y Literatura en un instituto público de Fuenlabrada. Además de ser autor de numerosos obras para adultos, se dedica también a escribir literatura infantil y juvenil. Novelas como Donde vuelan las águilas o Yo soy Santiago son alguno de sus títulos publicados hasta el momento.

Enhorabuena, Miguel.

lunes, 15 de febrero de 2010

El inicio de otra novela. Esta es de misterio. Ya está acabada y creo que ha quedado muy bien.

CAPÍTULO I

- Sí, escribiré sobre mi muerte- dijo Jon Sullivan con voz potente.

La noche caía sobre Londres con sus penumbras y sombras. Por la ventana de su habitación entraban algunos rayos de luz rojiza.

En las calles resonaban los últimos carruajes en busca del descanso nocturno. A pesar del eco de las ruedas, Jon Sullivan se mantenía concentrado. Incluso con todos los ruidos externos, su casa victoriana situada en un barrio céntrico le servía como lugar de trabajo.

De su pluma habían salido los más horrendos crímenes y las más increíbles historias de miedo. Desde los pequeños relatos llenos de escalofriantes sucesos hasta las novelas más extensas de asesinos en serie. El éxito le había abierto su estrecha puerta.

Algunos pensaban que la mayoría de esos asesinatos habían acaecido en realidad, incluso después de haberlos narrado. Punto por punto. Son tantos sus escritos, que resultaba difícil diferenciar el límite entre la verdad y la ficción. Algún detective de Scotland Yard llegó a sospechar de él, aunque su teoría acabó en la papelera tras gustosas risas de los compañeros.

Nadie podía figurarse que aquel hombre de mediana edad, rostro enjuto, cuerpo absorbido por las horas de trabajo y mirada efímera, pudiera ser el autor material de tantas barbaridades. No se le conocía apenas ningún vicio, salvo el de escribir hasta altas horas de la madrugada y la ausencia de apetito. Comía sólo para mantenerse vivo. Bien podría pensarse que se alimentaba de las hojas de papel emborronadas que no le servían y acababan dispersas por el suelo.

Para su tarea diaria, se servía de objetos externos que le situaran en la atmósfera de sus relatos. Ardían velas por todo el despacho. Una lámpara de araña pendía en el centro del techo. En la mesa de trabajo, dos candelabros evitaban las sombras de sus manos sobre el papel. Por el suelo, había lamparillas casi consumidas que temblaban sobre las viejas tablas. Alrededor, en caóticas estanterías, los libros y sus personajes escondidos lo observaban desde la distancia. Parecían inclinarse hacia él para leer lo que escribía.

- Si no sientes verdadero pánico, no puedes trasmitirlo –se decía a menudo.

Ahora, Jon Sullivan buscaba el esplendor del miedo, el pavor absoluto trasmitido en sus escritos. La cumbre de lo horrendo. Para ello, había dado un paso más en esa exploración. Se adentraba en nuevas experiencias en busca del terror total. Esta vez, su pluma, la que siempre utilizaba, parecía correr por delante de su mano. Los trazos fuertes y diferentes a los del escritor, casi destrozaban el papel. Se hacían cada vez más y más gruesos.

Hasta ese momento, a nadie se le había pasado por la cabeza narrar su propia defunción. Necesitaba sentir el espanto cercano al frío mortal. Desafiar a la misma naturaleza y alcanzar el último límite.

En voz baja repasaba lo que su pluma garabateaba de forma apremiante y compulsiva.

“Todo está en orden: las velas, la ambientación, la soledad de la casa. Me quedan horas sin ninguna compañía. Me enfrento así a mis peores fantasmas y miedos, la muerte y la soledad. Seré el protagonista de mi relato. Sufriré lo que mis personajes han sentido en su piel por mi causa y de esta manera podrán vengarse de mí.

Comienzo a sudar sin una causa aparente. Siento frío, un estremecimiento recorre mi espalda. Nada de esto tiene una razón lógica, racional. Mi caligrafía se hace imprecisa por un momento.

Las luces tiemblan de repente, como si un aire suave las tumbara durante un instante. Me estremezco. Tengo total conciencia de que alguien mira por encima de mi cabeza y lee aquellas mismas letras que salen de mi pluma. Ésta vuela sin parar, con prisas. Parece desear mi muerte, que el destino final se anticipe.

Aquella sombra se va concretando contra la pared hasta convertirse en una figura tenebrosa. El silencio absoluto me infunde más temor. Sólo oigo el crepitar de las velas. Las llamas vuelven a moverse inquietas, igual que un caballo atado por la correa que huele a lo lejos una manada de lobos. La cera negra se consume dejando un extraño olor a azufre.

Sudo de nuevo por la frente, pero ahora sin una sola gota de agua. Mi mano, fría como la de un cadáver, intenta detener la pluma. Las venas se marcan. Adquieren un relieve inusitado y de color verde, como si fueran a explotar sin remedio. Necesito parar. Dejarlo. Romper el papel. Pero es imposible. Ni siquiera puedo alzar la cabeza para ver en todo su esplendor a mi asesino.

La pluma continúa, mis dedos la siguen. Yo sólo leo las palabras con mis ojos inquietos y aterrados.

La tinta negra muda su color. De negra a roja, como mi sangre. De nuevo un reflejo en la punta dorada.

Las fuerzas me dejan. Se nubla mi vista. Sin un golpe o cuchillada, mi vida me abandona escurriéndose sin más sobre el papel. Con mi última mirada, veo cómo mi pluma escribe estas mis últimas palabras.”

martes, 9 de febrero de 2010

Una entrevista que me han hecho en el semanario Alba

“Deseo transmitir el heroísmo de lo cotidiano”
Los personajes se olvidan de sí mismos para entregarse a una causa común
César Sinde Robledo

Julio César Romano es profesor de Lengua y Literatura, Cultura Clásica y Griego, por lo que está en contacto con sus lectores. Además, tiene cinco hijos, lo cual no le impide sacar tiempo para escribir cuando están dormidos, sin quitarles la dedicación que necesitan. Su hijo mayor es su primer crítico y le hace bastante caso cuando le da consejos, aunque sólo tenga 10 años.
-¿Por qué escribir hoy literatura juvenil cuando tenemos la generación joven que menos lee?
-No es del todo cierto, nuestros jóvenes leen bastante, aunque en muchos casos sea impuesta esta lectura desde el colegio. Además, hay que decir que son buenos lectores, con un paladar exquisito y no se les engaña fácilmente con obras prefabricadas, al contrario de lo que sucede con los lectores de mayor edad. Son exigentes y si una novela no les interesa, la abandonan. Son un público muy agradecido. Por suerte, tengo contacto con ellos y así puedo saber sus gustos.
-¿A partir de qué edad es recomendable “El gigante Ganfal y el caballero oscuro”?
-Es recomendable a partir de los diez años, aunque se puede leer antes, depende de la capacidad lectora de cada joven. Un buen lector de ocho años, y los hay, también estaría capacitado para hacerlo. Muchas veces no es conveniente encajonar a los lectores, pues depende de sus capacidades. Incluso un lector adulto puede disfrutar con su lectura. Yo leo sobre todo literatura juvenil y no sólo por mi trabajo de escritor, sino porque me divierto haciéndolo.
- Este libro parece que está ambientado en lugares mágicos y plantea la clásica lucha entre el mal y el bien. Además de este planteamiento general ¿qué valores destaca en la obra?
-El libro es antecedente de otro publicado por la editorial Palabra titulado ‘El pozo de los mil truenos’. En el primero, hay magia, aunque muy poca. En ‘El gigante Ganfal y el caballero oscuro’ sin embargo no la hay. Se trata de que los protagonistas luchen con sus propias manos, con sus propias fuerzas, no siendo especiales. Ahí está el mayor valor que deseo trasmitir, el heroísmo de lo cotidiano. Son personas como nosotros, que se han entregado en su vida normal y por eso pueden hacerlo también en las situaciones extraordinarias. Sin un entrenamiento previo en la vida diaria, no serían capaces de estas hazañas. También sucede en otro de mis libros, ‘El auténtico grial’. El protagonista busca aventuras después de una vida anodina pero llena de esfuerzos. También el gigante Ganfal encuentra la heroicidad sin buscarla, cuando sólo pretende aprender a leer y escribir en contra de las costumbres de los demás gigantes.
- ¿Qué mensaje quiere transmitir al lector?
Todos somos capaces del máximo esfuerzo y de ser héroes si lo somos en la vida cotidiana. También aparece la amistad, el juicio errado a través de las apariencias y la amistad sincera. Los personajes se olvidan de sí mismos para entregarse a una causa común, a un esfuerzo y trabajo en equipo del cual salen beneficiados.
- Desde la aparición de los primeros libros de Harry Potter hay una moda de creación de literatura juvenil o infantil ambientada en mundos mágicos. Parece que es un buen reclamo la magia para aficionar a este público a la lectura…
-Siempre ha existido otro mundo en el que todo es posible, también antes de Harry Potter. Lo que aportan estos libros, y tiene su mérito, es el descubrimiento de lectores jóvenes que son capaces de leerse setecientas páginas. Antes de esto, era impensable publicar semejantes novelas. Para el escritor y el lector otros lugares que descubrir ofrecen la innovación necesaria donde incluir a personas normales, como nosotros que tienen nuestros miedos y nuestras virtudes. Son otros mundos, pero los mismos valores.


Otra entrevista en la cadena Cope en el siguiente enlace:

http://www.cope.es/14-06-08,entrevista-julio-cesar-romano,2396--8--audios

viernes, 5 de febrero de 2010

Os paso otro cuento. Seguro que os gusta.

Francis se disponía a entrar en casa armado con el paraguas, para él, gran espada de hoja finísima. En la otra mano sostenía la mochila, su mejor escudo ante los posibles ataques. Su mente se encontraba en tensión. No le cogerían desprevenido. Si la visión de la otra noche no fue un sueño, como a veces deseaba pensar, necesitaba tomar precauciones.

Abrió la puerta con la llave, muy despacio. Intentaba hacer el menor ruido. Las bisagras oxidadas le delataron.

- ¡Buenas tardes! –gritó su madre desde la cocina. Su voz se diluía entre el fuerte sonido de la Termomix.

Otra vez puré, pensó el joven. En quince años no se había acostumbrado ni al olor ni al sabor. Un aroma empalagoso y caliente envolvía el aire de la casa.

- Hola, mamá.

En dos segundos atravesó el pasillo. Oyó a lo lejos a su madre preguntando por las clases. Mejor no hablar, pensó Francis. Sus compañeros le tachaban de infantil. Si supieran ellos lo que sucedió en su habitación, pero no pensaba contárselo a nadie. Ni siquiera a Alba, quizá la que más se acercaba a él en los recreos.

De nuevo se encontró ante otra puerta. Abrió deprisa. Por unos momentos había olvidado las precauciones. Aunque aún llevaba encima el paraguas, la punta señalaba hacia el suelo. La mochila volaba por los aires hacia su escritorio, gesto que utilizaba para mostrar su cansancio.

Fue en ese momento cuando apareció la avispa. Francis intentó golpearla con su paraguas. Difícil acertarla en pleno vuelo. Abrió la ventana y quiso llevarla hasta allí. Nada.

Comenzó a atacarle y tuvo que coger de nuevo la mochila. El escudo lo protegió del primer golpe. No así del segundo. Sintió que su mejilla ardía. Imposible. La avispa cada vez adquiría un mayor tamaño. Si seguía creciendo alcanzaría el tamaño de un gorrión en segundos.

Un movimiento de su espada barrió la estantería. Los libros arrastraron la hucha de cerámica con forma de vaca y estalló en mil pedazos contra el suelo. Las monedas rodaron por toda la habitación. Algunas se refugiaron bajo la cama nido.

La vista no le engañaba. Se enfrentaba a un dragón del tamaño de una urraca. Lanzó una pequeña llamarada para confirmarlo. Los dibujos que Francis tenía sobre su mesa comenzaron a arder. El aviso que había recibido aquella noche se cumplía. Su misión ahora tenía sentido. Dejó de sentirse como un niño. El paraguas buscaba dar un golpe fatídico a aquella terrible bestia. Falló. Se agachó a tiempo para evitar el fuego del dragón. La mochila recibió el impacto y se ennegreció.

Sus últimas dudas se desvanecieron. En su mano derecha sintió un mayor peso. Una espada de verdad brillaba ante los rayos de sol que entraban por la ventana. Amagó con su escudo, azul como el mar hacia la derecha.

Ante el movimiento del dragón para evitar el golpe, Francis aprovechó para hacer girar su arma describiendo un semicírculo. El filo aguzado cortó en dos a la fiera. Su tamaño alcanzaba al de un conejo. Aún se retorció en el suelo. La cola lo golpeaba una y otra vez. Por fin cesó. Un charco verde consumía el parquet.