lunes, 29 de marzo de 2010

Vacaciones de Semana Santa


Decididamente, no es en vacaciones cuando se consigue escribir más, quizás al revés. para el escritor es mala ayuda el cambio de horario. Si tienes un tiempo fijo parAñadir vídeoa dedicarlo a la escritura, todo cambia con los días de descanso. Ni siquiera he sacado un rato para el blog.

Algunas noticias para actualizar:

Me han invitado a una mesa redonda en una universidad privada. Ya os daré más datos.

También me he comprometido para ir a un colegio. Es una lástima pues me han invitado a dos sitios el mismo día y en uno no estaré, claro. Os contaré cómo me lo he pasado. La verdad es que disfruto con los lectores, no me canso, aunque sean als mismas preguntas.

Por último, un amigo me ha puesto en Wikipedia. Era una de mis tareas pendientes y él se ofreció amablemente a ayudarme. Gracias César.

Os dejo el enlace:




viernes, 19 de marzo de 2010

El difícil paso



Cuando comienzas una nueva novela, vas con una idea de lo que deseas, un esquema del argumento y últimamente, me imagino que como a todo escritor, una mirada hacia los gustos de los editores. Pero esta vez, no. Escribo como quien lo hace para sí mismo, para divertirse, que así comenzamos todos. Me he olvidado adrede de lo que debes hacer para que te publiquen. Quiero pasarlo bien, aunque el texto quede después en un cajón.Y va para largo, si no abandono mi manuscrito, puede tener numerosas páginas, más que ninuguna anterior. Nadie sabe dónde parará todo esto.

Os dejo el inicio, una parte del primer capítulo de El difícil paso.

Hanys luchaba como un adulto, a pesar de no haber superado la prueba del paso, la que se realizaba a los dieciséis años. La situación requería la actuación de todos aquellos que supieran tirar con arco o empuñar una espada. La lluvia torrencial hacía difícil cualquier defensa y faltaban manos. Bajo la capa espesa de agua, apenas se veía más allá de un par de metros, como si el aire se convirtiera en una gigantesca ola del mar embravecido. Pero en esa época del año, no se podía esperar otra climatología.


El joven soldado subía a toda velocidad a una de las torres de la ciudad como refuerzo. Los arqueros no daban abasto para frenar la incursión de la puerta principal, destrozada por un gran tronco de abeto, y debía unirse a ellos. Los enemigos del pueblo aequo entraban ya en el recinto amurallado. Formaba una corriente espesa, igual que un río de lava, lenta pero segura.

En las escaleras, tras la maldita cortina de agua, se encontró a uno de ellos, fuerte como un toro. Portaba un mandoble de tal tamaño, que a pesar de la envergadura que tenía, necesitaba de sus dos manos para manejarlo. El gigantesco madero de forma irregular volaba de un lado a otro taponando la ascensión. Varios jóvenes manios, compañeros de Hanys, habían caído tras ser golpeados, estrellándose contra el suelo del patio de armas o sobre las cabezas de otros combatientes. Pero no había lugar para las lamentaciones. Recordó las palabras de uno de sus maestros. “Muy por encima de cada uno de nosotros está el destino de nuestro pueblo”.


Se acercó a su contrincante. Le había llegado el turno en aquella fila macabra que deseaba subir hasta arriba. Quizás, si no fuera por las órdenes directas que había recibido de su capitán para que reforzara la posición de los arqueros, hubiera dado la vuelta. Respiró hondo. Para él solo había una oportunidad. En un instante pensó en su táctica. Se lanzó sin más sobre el oso que lo esperaba babeando bajo el casco metálico. Hasta su nariz llegó el olor de su aliento fétido. De aquella enorme boca surgió un grito de guerra que casi lo paraliza. Aquellos dientes negros como el vino malo parecían engullirlo sin apenas resistencia. En su oído izquierdo zumbó el ruido silbante del gigantesco palo. Le abriría la cabeza sin remedio.
Consiguió agacharse a tiempo, pero tanto, que su casco, demasiado grande para él, golpeó el escalón. Se le quebró la nariz, lo oyó con claridad. El dolor le penetró por los ojos hasta el centro de su cerebro. El cielo del paladar se le inundó de sangre. Tuvo que escupir antes de levantarse. Allí llegaba de nuevo el leño volador. Esta vez el recorrido era de arriba a abajo. Se ladeó, quedando al borde de las escaleras, apunto de desequilibrarse y caer. Se tambaleaba como un huevo debido al agua de la lluvia, que había empapado las piedras. El monstruo aequo había perdido la paciencia. Giró su arma hacia fuera. Su enemigo no tenía ya nada que hacer. Lo remataría.


Pero saltó. Hanys se elevó desde el suelo a tiempo. Y los que le conocían, sabían que era el mejor a la hora de hacerlo, parecía un ave que remontaba el vuelo. Notó la lluvia sobre su casco mientras rompía aquella capa de agua que caía del cielo. En el aire, rogaba a su dios para aterrizar de nuevo sobre la escalera. En ese instante, vio, tras la sangre que le empañaba la mirada, cómo el guerrero toro perdía el equilibrio. Al no encontrar el cuerpo del joven, el mandoble lo arrastró en su recorrido para acabar golpeando el suelo del patio de armas. El estruendo de la caída detuvo por unos instantes la batalla. Pero solo unos segundos. Después, todo continuó.


Mientras, Hanys descendía a toda velocidad hacia su destino, pues su vuelo vertical tocaba a su fin. Quedó con un pie en la escalera y el otro en el aire. Se precipitaría sin remedio. El peso de su cuerpo apuntaba hacia el suelo del patio. Justo entonces su buen amigo Entres lo sujetó del brazo. Se miraron para darse ánimos y subieron rápidamente hacia la torre. Allí se incorporaron a los demás soldados que lanzaban dardos sobre los asaltantes.


La batalla se había decantado por los aequos, pues éstos ya habían superado la primera muralla. Aunque muchos continuaban entrando por la puerta, desde la torre procuraban que fueran los menos posibles. Así, a la vez que los manios tiraban con sus arcos, también arrojaban aceite hirviendo sobre las cabezas enemigas. Volteaban los calderos ardientes entre tres o cuatro con un gran esfuerzo. Las gotas de lluvia se derretían al chocar contra el contenido, con un ruido rápido de ebullición.


Otro de los encargos de la resistencia consistía en lanzar al vacío las escaleras que aquellos soldados, más preparados y sin ningún escrúpulo, apoyaban sobre las almenas. Los gritos del combate retumbaban en el amanecer y la mente de cada uno de los guerreros manios solo albergaba un único propósito, mantener la ciudad hasta la oscuridad de la noche. El día siguiente tendría su propio afán.


Hanys pensaba lo mismo mientras lanzaba sus dardos sobre los enemigos. Ni siquiera apuntaba. Solo disparaba y disparaba. Junto a sus `pies, sobre el húmedo suelo había montones de flechas. Las recogía sin mirar, automáticamente. Al estar de rodillas, no debía agacharse, pero sentía un gran pinchazo en la espalda y calambres en sus manos. La postura recta comenzaba a incomodarle. Necesitaba un descanso, pero la disputa no lo permitía. Intentó pensar en algo distinto que el dolor, incluso lejano a la tremenda lucha.
Recordó entonces su infancia, cuando su padre, el rey, aún no había muerto. Fue breve el pensamiento. Enseguida regresó a la realidad. Si él estuviera al mando de su pueblo en estos momentos la situación no resultaría tan desesperada. Ahora, su tío, el nuevo regente, les había llevado a la guerra contra los aequos. En su ambición por el lujo y la vida fácil, sus movimientos y alianzas con los terribles vecinos finalizaron. El difícil equilibrio táctico se había roto. Ellos habían notado la desidia, la pereza de los manios. Incluso los hombres mejor situados de la ciudad pagaron dinero para librarse de sus deberes en el ejército, contratando a sustitutos entre los mismos aequos. Aquello solo podía significar el fin de un pueblo hasta entonces valeroso y dominador de los territorios colindantes. ¿Sería éste el inicio de la desaparición?
- Tú, despierta, vamos. Deprisa. Hay que salir de aquí –le gritó Entres.


Hanys miró a su alrededor. Un grupo de fieros guerreros avanzaba hacia ellos por el lateral derecho. Uno de los suyos le golpeaba en el casco para que retrocediera hacia la escalera. La situación era crítica. Abajo, en el patio, tampoco podrían resistir mucho más al empuje del exterior.


- Corred. Rápido. A la segunda muralla –la orden sonó por encima de los golpes de la batalla. Era la voz del capitán.

Hanys bajó la escalera a toda velocidad. Iba de los últimos y aquello no le hacía mucha gracia. Sabía que había un tiempo muy breve para entrar por la puerta de la segunda muralla. Después, ante la avalancha de enemigos que aprovecharían el paso abierto, ésta se cerraría sin piedad.


El joven corrió con todas sus energías entre los guerreros aequos. Nadie se molestaba en luchar entre sí. Todos tenían en ese momento el mismo destino, cada uno con un interés contrario. Hanys necesitaba dejar atrás a sus enemigos y gracias a su escaso armamento lo estaba consiguiendo. Se había situado en tierra de nadie en aquel gran patio de armas. Para los suyos, era el último; para los enemigos, el primero al que había que matar. Una lanza pasó junto a su cuerpo y atravesó a uno de sus compañeros que le precedía. Éste cayó al suelo de inmediato. Pasó por encima con un salto y sin mirar, no deseaba reconocer al que allí yacía. Podía ser tan cercano a él…Se trataba de Entres.


Sus ojos se fijaban en aquella puerta maciza que tantas veces había atravesado. Ahora, la cuestión de alcanzarla se convertía en obligación, si deseaba mantenerse vivo. Muchos de sus camaradas entraban ya apresuradamente. A él le faltaba el aire. Se le hacia largo en escaso trecho. Las losas del suelo le hacían resbalar, aunque se mantenía en pie con sus escasas fuerzas. Sentía el aliento de sus enemigos en la nuca. Los gritos en lengua extranjera le aterraban, pero, por suerte, no lo paralizaban.


Fue entonces cuando le falló uno de sus pasos. Resbaló a causa del agua torrencial que golpeaba las piedras del enlosado. Clavó una rodilla en el suelo. A la vez, notó un pinchazo en su espalda. Una lanza enemiga lo había atravesado por la axila. El dolor le aguijoneó la espalda. No podía haber imaginado nunca el daño que provocaba el desgarro del hierro en la carne. No lo soportaba. Se levantó con el venablo colgando de su cuerpo. Lo arrastró unos pasos. La puerta se cerraba, los primeros enemigos la habían alcanzado y la intentaban sujetar.


Con su espada, golpeó sin fuerza a aquellos que le impedían el acceso. Pudieron ser seis o siete los que le rodearon para matarlo. Pero él pudo entrar medio agachado, casi arrastrándose. De eso se trataba. Una vez dentro, dejó que su cuerpo cayera completamente en el suelo, con todo su peso, como si la muerte no lo hubiera conseguido, como si la batalla estuviera ya ganada, por lo menos para él. Los ruidos exteriores se apagaron hasta derivar en un silencio absoluto. La mente de Hanys volaba en un sueño confuso y así se mantuvo hasta la noche.

viernes, 12 de marzo de 2010

El hijo del ladrón


César Fernández García, y ya van unas cuantas, ha publicado una nueva novela en la editorial Bruño. Como es amigo mío desde hace tiempo, no voy a dejar pasar la oportunidad para darle la enhorabuena. Porque, aunque sean ya más de veinte novelas las que ha publicado, cada una de ellas es como un pequeño hijo que lanza a la vida. Detrás, hay un gran esfuerzo, no sólo para escribirla. Primero hay que pensar, como él dice, raro trabajo éste. Después, hay que reflejar la idea en el papel durante unos meses de intenso esfuerzo. Más tarde, nos la manda a los amigos. Y comienza de nuevo su labor de arreglo y composición, que lleva otros meses. Al final, cuando ya está cerrada por completo, hay que mandarla a las editoriales y esperar mucho tiempo, a pesar de ser un autor consagrado, hasta que se recibe respuesta.

Esta es la tarea de todo escritor, paciencia y paciencia. Nosotros no recibimos gratificaciones por cada hora que dedicamos, como en otras profesiones. Sólo cuando vemos que lo escrito llega a buen puerto, algún año después, podemos resoplar y gozarnos. Porque ha pasado tiempo desde que yo leí El hijo del ladrón, mucho tiempo.

Y no hablemos de las novelas que desgraciadamente pueden quedar guardadas en un cajón...Aquellas que no pueden nacer a la vida y claman al cielo desde su cárcel.

lunes, 8 de marzo de 2010

Otro título de Miguel Luis


Días de lobos.
Editorial Bruño, 2010. Colección Paralelo Cero. A partir de 12 años.

Le han publicado un nuevo libro a Miguel, Días de lobos, esta vez en la editorial Bruño.

Es una buena novela juvenil de aventuras, con su romance incluido, y con un estilo elaborado.

Unos cazadores van en busca de un lobo, quizás el último protagonista de una vieja leyenda. En el valle de Lupama está de vacaciones de Navidad Sofía, que conoce a Tito. La realidad se mezclará entonces con el mundo imaginario para dar como resultado una gran novela. Al final, descubrirán el secreto más recóndito de aquellas montañas cantábricas.

En fin, os la aconsejo, y no solamente porque su autor sea un amigo.

martes, 2 de marzo de 2010

César Fernández García y sus premios.

Hace poco tiempo, César Fernández García obtuvo dos premios de literatura juvenil práctiamente uno detrás de otro. Me alegra mucho, pues es amigo mío. Le dieron el premio de La Galera, que concede un jurado juvenil y el Premio Jaen de novela juvenil. El primero lo btuvo con La última bruja de Trasmoz y el segundo con Ellos. Ambas novelas tienen una gran calidad. Os dejo una reseña de La última bruja de Trasmoz. Ya os dejaré la de Ellos.

Editorial La Galera. Año: 2009. 184 páginas. De 12 años en adelante.

La última bruja de Trasmoz ha sido galardonada con el Premio La Galera Jóvenes Lectores 2009. Este premio tiene como jurado a lectores de entre 12 y 15 años de toda España, a través de las 75 librerías del Club de Lectores Kirico.

La novela retoma una leyenda que Gustavo Adolfo Bécquer cita en su libro Cartas desde mi celda. De hecho, el protagonista del primer capítulo es dicho autor. Durante los 19 capítulos restantes el protagonista es su descendiente Emilio. El misterio de una joven bruja, la ultima de la saga de las brujas de Trasmoz, obsesionó a Gustavo Adolfo. También en el siglo XXI atraerá fatalmente a su descendiente que pretende escribir sobre ella. Para ello el joven Emilio se retirará a un monasterio en la zona del Moncayo. Pretende encontrar la paz necesaria para poder novelar la historia de Gorgona, la última bruja de Trasmoz. Muy pronto, se verá envuelto en una aventura donde no faltarán las muertes misteriosas, la búsqueda de libros y objetos peligrosos, las persecuciones y continuas sorpresas. La presencia de Beatriz, una bella mujer que busca una calavera de cristal que perteneció a Gorgona, hará que Emilio conozca el amor, tal y como lo entendía su ascendiente Gustavo Adolfo Bécquer. Todas las piezas de la acción se encaminan hacia un desenlace sorprendente, inesperado pero, al mismo tiempo, coherente con la lógica interna del relato.

La última bruja de Trasmoz es una excelente novela que se sostiene sobre unos personajes bien armados. Su complejidad ayuda a dotar a la intriga de profundidad psicológica. Incluso, la propia bruja se nos desvelará como un espejo infernal donde, si te miras, te devuelve la mirada. Al infierno no hay que mirarlo.

Junto a la acción trepidante, encontramos sutiles reflexiones sobre aspectos que interesaron a Bécquer y que, a los jóvenes lectores del siglo XXI, siguen interesando. Entre estas reflexiones encontramos la oposición entre lo mortal y lo inmortal. No en vano las últimas palabras de Gustavo Adolfo Bécquer fueron: “Todo mortal”. El desarrollo de la historia demostrará que no todo es mortal. Al fin y al cabo, el mundo se sostiene sobre una red oculta de enlaces motivados. Nada es casual. Todo apunta hacia la pervivencia de nuestras obras e ideas.
El comienzo de la novela, que reproduzco abajo, es un botón de muestra de la capacidad que tiene para agarrar al lector y no dejarlo escapar:

“ – ¿Quién anda ahí? – gritó aterrado Gustado Adolfo Bécquer.

Alguien venía siguiendo al escritor desde que se había internado en el bosque. Quizás desde que había salido del monasterio de Veruela.

Sí. Alguien caminaba tras él. Estaba casi seguro. Pero ¿quién?

Se detuvo y, embozado en su capa, aguantó la respiración para oír mejor las pisadas de su perseguidor.”
Os doy el enlace a su página web: